11 dic 2011

El corazón decide y no se equivoca

Algunas veces lo confiamos todo en las personas que llevamos más tiempo conociendo; pero ocurre que a veces, aquellos que conocemos nos traicionan. Y, esa traición, es precisamente la que más daño nos puede llegar a hacer…
Era Nochevieja. Sol y Antón estaban pasando la noche de Fin de Año con sus antiguos compañeros de carrera. Las serpentinas, danzaban en todas direcciones al tiempo que caían grávidas. La penumbra, se intercalaba con los haces luminosos e intermitentes; mientras los matasuegras, herían los oídos entre bromas y jolgorio.
El cava como no podía ser de otra forma, corría por doquier pero en esta ocasión especialmente; ya que la pareja, cumplía un año de haber decidido marcharse a vivir juntos y además, hacía justo siete desde que comenzaron su relación. Así pues, las primeras horas de fiesta transcurrieron rápido: entre congas y milongas acompañadas por los soniquetes de las canciones veraniegas del año que se acababa de marchar. Tras el trasiego de felicitaciones, abrazos y besos, Sol decidió ir al servicio para retocar su maquillaje. Llevaba un rato tras aquella puerta de color musgo y, comenzaba a contemplar intranquila cómo las manecillas de su reloj se movían. Mientras los minutos seguían transcurriendo, notó cómo los tacones empezaban a hacerle daño. Para colmo, se estaba formando tras ella una nutrida cola que increpaba, cansada de esperar, diciendo que les iban a dar las uvas, pero no del Nuevo sino del próximo año. Como el tiempo pasaba y la puerta seguía sin abrirse, después de haber llamado dos veces de forma discreta, azuzada por la multitud que tras ella aguardaba, lo hizo cada vez más enérgicamente.
De repente, se percató que la puerta no estaba del todo cerrada; así que enojada por el tiempo de espera, empujó con todas sus fuerzas y notó, cómo caían pesadamente los que ocupaban indiscriminadamente el deseado habitáculo. Al mirar al suelo, vio en posición comprometida a su querido Antón junto a una mujer. Las lágrimas al igual que las serpentinas, cayeron grávidas chorreándole por las mejillas. La traición más vil e inesperada estaba ante sus bellos ojos. “¡No es lo que parece!”-gritó él. “¡¡No vuelvas a mi casa!!” - le dijo llena de rabia.
Tomó un taxi, y cuando por fin llegó a su hogar, sacó de la nevera una botella de cava que reservaba especialmente para su llegada con Antón después de la fiesta. La abrió quizás para confortarse. O quizás, para embriagar su mente y olvidar con su aroma, su finura, y su frutosidad el desengaño amoroso. La puso en la cubitera, para que conservara el frescor, y, sentada en el sofá tomó unos sorbos de la copa. Contempló a las burbujas que subían a la superficie bailoteando alegres, sin saber que su destino era desaparecer para siempre en el aire. Sintió, que había sido como una burbuja de cava que había bailado feliz e inocente durante todos esos años hasta llegar a aquella noche. Estuvo entregada a estos pensamientos durante poco tiempo ya que su cuerpo había vivido demasiadas emociones contrapuestas: alegría y tristeza; amor y odio. Se quedó dormida vestida sobre el sofá…

Fuera, en la entrada de la casa, había alguien. Se movía sigilosamente y estaba vestido de negro. En ese momento empleaba toda su maña en abrir la puerta. El intruso, sabía que esa madrugada de Nochevieja nadie le molestaría, pues no estaba el coche aparcado en la puerta y, desde fuera apenas se veía luz. Tenía una linterna que accionó una vez logró franquear la entrada. Dio un barrido con el foco para asegurarse de que estaba solo. En la segunda pasada, pudo contemplar el cuerpo dormido de una hermosísima mujer. Se acercó. Parecía Blancanieves en su urna de cristal; pero su vestido en lugar de tener tanto colorido, era de negro terciopelo que marcaba su sinuosidad de mujer.
“– ¡Dios! ¡Qué guapa es!” –exclamó con voz casi imperceptible. Junto a ella había una botella de cava casi entera. El olor suave y deleitoso le hizo tomar la copa usada por la joven y llenarla del maravilloso líquido. Aspiró el aroma lentamente y lo degustó; olvidando que había entrado para robar.
Sol sin que lo percibiera el ladrón, entreabrió los ojos y vio al extraño. Con ojos somnolientos y confundidos, por el calor de la calefacción y por el cansancio; contempló al hombre que bebía a su lado: su mirada profunda, su pelo brillante y negro, la voluptuosidad de sus labios y la fortaleza de su cuerpo. Pensó que era una ilusión, una falacia de sus pensamientos; pensó, que él era un príncipe y que estaba en el mejor de sus sueños. Así que tomó la mano del extraño, y sin mediar palabra alguna le dio un apasionado beso.
El hombre sorprendido, no hizo más que dejarse llevar y estrecharla entre sus brazos, emocionado y casi sin aliento. Pero como las ensoñaciones no respiran con tal agitación, Sol se percató de que él no era un príncipe sino un intruso que se había colado en su salón. El miedo se hizo superior al deseo, de forma que le empujó con violencia tirándole al suelo. El ladrón, conmocionado, se levantó trabajosamente para acto seguido taparle la boca:
– “¡No grites por favor! No te voy a hacer daño. Pensaba que estaba solo. Sí, iba a robar, pero es la primera vez que lo hago. Soy informático. Llevo parado demasiado tiempo y, el pago de la hipoteca no espera. Me voy… Por favor, no llames a la policía porque prefiero que me embarguen antes de volver a robar.” Soltó a Sol que impresionada, fue incapaz de articular palabra. Así que el ladrón decidido se marchaba. Sin embargo, cuando estaba ya fuera de la casa, recordó aquel beso cuyo maridaje con el cava fue perfecto y sin más se volvió. Tomó con timidez temblorosamente, el anillo de plata que llevaba en su dedo y al tiempo que se lo ponía a Sol le dijo:
–“Me llamo Vicente, y me encantaría besarte y despertar junto a ti todos los días que me queden de vida.”
A veces confiamos en las personas que conocemos durante años y nos traicionan. Por eso a veces, el corazón antes que la razón decide y no se equivoca. Sol supo que él nunca la traicionaría, por ello tomó la mano de Vicente y, tras beber de la copa de cava se volvieron a besar prometiéndose mutuamente amor eterno.

Autora: Victoria Eugenia Muñoz Solano
¡ESPERO QUE OS HAYA GUSTADO ESTE CUENTO DE NOCHEVIEJA!
¡FELIZ AÑO 2012!